viernes, 30 de abril de 2010

¡Vergonzoso!

Me encuentro con dos albañiles, a los que conozco desde hace unos años, los cuales me comentan que van a pasar a trabajar la jornada continua. Yo, que también he trabajado en el sector, veo que en parte no es mala noticia, porque la jornada partida se prolonga durante más de diez horas y no te da margen para tener una vida íntima y privada en condiciones. Parece que solamente vives para trabajar. Teniendo también en cuenta que, aunque también en el contrato, las horas de trabajo son las ocho diarias, siempre se hace en esta provincia más horas, y siempre se termina discutiendo con los jefes, porque no somos sus siervos ni esclavos.

Pero, me dicen que empezarán a las ocho de la mañana y terminarán a las cuatro y media de la tarde. Les pregunto «¿ocho horas y media, por qué?» Porque tienen que recuperar la media hora de almuerzo. Y esto me obliga a revisar las leyes.

En el Artículo 34.4 del Estatuto de los Trabajadores pone: «Siempre que la duración de la jornada diaria continuada exceda de seis horas, deberá establecerse un periodo de descanso durante la misma de duración no inferior a quince minutos. Este periodo de descanso se considerará tiempo de trabajo efectivo cuando así esté establecido o se establezca por convenio colectivo o contrato de trabajo.» O sea, no puede obligarles. Pero dudo y reviso el Convenio.

El Artículo 64.2 del Convenio General del Sector de la Construcción 2007-2011 dice que «la jornada ordinaria semanal será de 40 horas durante toda la vigencia del presente Convenio». Dándome a entender que el Estatuto prevalece. Pero prefiero ver el Convenio Colectivo Provincial para la Construcción y Obras Públicas de Valladolid y en su Artículo 17 nos ponen esta puñalada trasera: «Se entiende como trabajo efectivo la presencia del trabajador en su puesto de trabajo y dedicado al mismo. A estos efectos se excluye expresamente del cómputo de la jornada laboral la interrupción de los quince minutos de descanso que se disfrutarán dentro de la jornada de mañana entre las nueve y las once horas».

¿Pero que han firmado estos ineptos de las centrales sindicales? Siendo este sector uno de los que más siniestrabilidad acarrea (además de ser el más golpeado de la crisis), nos quitan un derecho. Este sector es uno de los más cansados, y cuando has hecho varias horas picando, subido a los andamios o cargando ladrillos, te fatigas. Cuando uno se fatiga, comete más errores y puedes tener fácilmente accidentes. Y te obligan a recuperar el tiempo del almuerzo (aunque sea en jornada continua).

¡Una vergüenza!

martes, 27 de abril de 2010

Nacionalismo y universalismo


Las raíces del nacionalismo deben buscarse en la antigüedad y aun en la prehistoria.

El más íntimo núcleo ideológico-axiológico de todo nacionalismo es, en efecto, el sentimiento tribal, por el cual el hombre del Neolítico reconocía como «hombres» (esto es, como «semejantes» o «prójimos») solamente a los miembros de la propia comunidad local, al mismo tiempo que consideraba extraños y enemigos a los seres de su misma especie que vivían al margen de dicha comunidad.

Cuando un grupo de tribus, de raza y cultura comunes, se vincula entre sí con lazos económicos, políticos o militares, el sentimiento tribal se amplía y llega a cubrir a todos los individuos que hablan la misma lengua y adoran a los mismos dioses. Se expanden así los límites de la humanidad en la conciencia de cada hombre.

Este sentimiento no tiene que ver necesariamente con la existencia de una estructura política y con la fundación de un Estado. Más aún, allí donde el Estado logra una organización más férrea y se encarna en la figura del rey-dios o del rey-sacerdote (Mesopotamia, Egipto, etc.), el sentimiento de solidaridad nacional (si así puede llamarse) es inhibido y obnubilado por el sentimiento de religiosa veneración hacia la persona del soberano sagrado. Este asume todos los derechos y agota en sí los atributos de la «nacionalidad».

En cambio, en países como Grecia, donde nunca hubo un Estado centralizado, o Israel, donde apenas existió, dicho sentimiento fue más vivo que en todos los otros pueblos antiguos.

En Israel, el mismo se fundaba en la Alianza del pueblo con Jehová y en la esperanza mesiánica. Tenía, pues, una base religiosa y estaba vinculado a la conciencia de ser «el pueblo elegido».

Por una parte, la Alianza establecida entre Dios y el pueblo todo, y no entre Dios y el gobernante, elevaba al pueblo al nivel de los soberanos y expresaba, tácita pero claramente, una igualdad democrática entre todos sus miembros. Por otra parte, la conciencia del «pueblo elegido» imponía un etnocentrismo feroz, que se tradujo muchas veces en verdaderos genocidios y en la exclusión del extranjero de todos los derechos humanos.

Tal etnocentrismo fue roto por el universalismo cristiano. Pero, al imponerse en Occidente el cristianismo, durante la Edad Media, desapareció todo sentimiento nacional propiamente dicho. La solidaridad y la lealtad del hombre no tuvo por objeto a los miembros de su tribu o su comunidad etno-cultural sino a todos los fieles cristianos. La Iglesia católica, esto es, universal, sustituyó así a la nación. Sólo que este carácter de «universalidad» o «catolicidad» tenía un valor muy relativo, ya que judíos, musulmanes y paganos, esto es, la mayoría de la humanidad, seguían estando fuera de la Iglesia.

En Grecia, el sentimiento nacional, que se arraiga a partir de las Guerras Médicas y del triunfo frente al imperio persa, no se basa en creencias o esperanzas religiosas sino en la conciencia del propio valor militar, de la propia inteligencia, de la propia sabiduría. Orgullosos de sus artes, de su poesía, de su filosofía y de su ciencia, de sus leyes e instituciones políticas, de su lengua, los griegos se consideraban a sí mismos como los únicos hombres propiamente dichos: quienes no hablan griego son «bárbaros». Pero, al mismo tiempo, uno de estos motivos de orgullo (muy legítimo por cierto) es para ellos el hecho de haber desterrado de sus ciudades toda forma de despotismo y de haber instaurado la democracia.

Por otra parte, así como del seno del Israel etnocéntrico surgía el universalismo cristiano, así del corazón mismo de Grecia surgían las primeras críticas y las primeras negaciones fundadas en el etnocentrismo, con la filosofía. Del universalismo de los filósofos griegos, más aún que del universalismo cristiano, surge el humanismo moderno, que encuentra su objeto en la Humanidad como un todo.

El nacionalismo propiamente dicho, esto es, el nacionalismo como ideología, puede considerarse como un producto moderno. Asó lo reconoce hoy la mayoría de los historiadores. G. P. Gooch (Studies in Modern History, Londres, 1931, pág. 217), afirma: «El nacionalismo es un vástago de la revolución francesa». Y en análogo sentido se pronuncian, entre todos, Carlton J. H. Hayes (Essays on Nationalism, Nueva York, 1926); W. Mitscherlin (Der Nationalismus Westereuropas, Leipzig, 1920); K. Stavenhagen (Studies in History and Jurisprudence, Oxford, 1901) (citados por H. Kohn, Historia del nacionalismo, México, 1949, pág. 479).

En su formación, el nacionalismo moderno ha recorrido varias etapas históricas.

La primera de ellas, iniciada en la Baja Edad Media, con el progresivo desmoronamiento de la estructura feudal y la decadencia de la Iglesia católica (que culminó en la Reforma), se caracteriza por la alianza de los reyes con la burguesía en lucha contra el feudalismo. En este momento el monarca encarna la idea del Estado-Nación. El nacionalismo representa la pugna por centralizar la autoridad. Por una parte, con el sojuzgamiento de la aristocracia y la uniformización de las leyes, tiene un significado igualitario. En cuanto los burgueses y aun los siervos, sometidos directamente al soberano, son ahora «súbditos» lo mismo que los nobles, se puede hablar de una nivelación hacia adentro. En cuanto los miembros del Estado-Nación se ven necesariamente contrapuestos a los extranjeros, esto es, a los súbditos de otro rey o a los miembros de otro Estado-Nación, se establece un nuevo desnivel particularista que el Medioevo no conocía. Por otra parte, el siervo y el burgués ganan en libertad al verse relativamente sustraídos a los lazos oprimentes del feudalismo. Pero ello no sucede sin que se erija, como verdadera encarnación del Estado-Nación, el rey absoluto, por encima de todos. El nacionalismo es aquí un antifeudalismo que sólo se realiza con la creación de un superfeudo y con el triunfo del absolutismo.

La segunda etapa histórica del nacionalismo moderno se inicia con la lucha de la burguesía contra el absolutismo real y contra los nobles, en cuanto soportes de dicho absolutismo.

En el siglo XVIII la lucha no es ya Nación-Rey (apoyado por la burguesía) contra señores feudales, sino Nación-Pueblo contra Rey (apoyado por aristócratas). El nacionalismo se presenta aquí íntimamente vinculado al liberalismo. Ser «nacionalista» equivale a exigir igualdad ante la ley, constitución, soberanía popular, libertades públicas.

En este contexto se realiza la independencia de la América española: Bolívar y San Martín eran nacionalistas en cuanto eran enemigos del dominio autocrático del rey de España y en cuanto eran liberales. Un nacionalismo «hispanista», admirador de los regímenes totalitarios y del fascismo, como se dio en la Argentina y en algunos otros países sudamericanos, era, por eso, un verdadero anacronismo ideológico. Pretendía retrotraer la segunda etapa a la primera, ya largamente superada.

Ahora bien, el nacionalismo liberal, por ser nacionalismo primero (esto es, por afirmar sustancialmente los valores del Estado-Nación) y por ser liberal, después (esto es, por afirmar los valores de la competencia y de la libre empresa), se transformó allí donde antes había triunfado y donde más profundamente había arraigado (esto es, en Europa Occidental y Norteamérica) en imperialismo. El imperialismo existió, en verdad, siempre que hubo nacionalismo, y ya en la primera etapa de la historia moderna presenciamos la formación de los imperios español, portugués, holandés, inglés, etc. Pero el nacionalismo liberal, que comenzó siendo antiimperialista (y no sólo en los países colonizados que luchaban por su independencia sino también, muchas veces, en la metrópolis), acabó por instaurar una nueva modalidad de imperialismo, basado esencialmente en la explotación económica de los países pobres y técnicamente atrasados.

De esta manera surge una nueva etapa del nacionalismo, la tercera, que se caracteriza esencialmente como anticolonialismo y antiimperialismo y cuyos protagonistas son las naciones del llamado Tercer Mundo, o, usando una terminología cara a Hitler, «las naciones proletarias». Así como en la etapa anterior el nacionalismo se unió estrechamente al liberalismo, aquí se vincula con frecuencia a ciertas modalidades de socialismo.

El valor ético y político del nacionalismo actual consiste en su afirmación antiimperialista. Tal afirmación tiene, sin embargo, un límite: Las naciones oprimidas, en la medida en que se liberan de la opresión extranjera, tienden a convertirse en opresoras. Todo nacionalismo triunfante sufre la vehemente tentación del imperialismo. Y, si no la sufre, es porque no ha triunfado del todo. Por eso, bien podemos decir que el valor del nacionalismo se cifra en el antinacionalismo (o sea, en el anti-imperialismo) y que el máximo riesgo de los nacionalismos del Tercer Mundo consiste en su posibilidad de triunfo. Por otra parte, la «liberación nacional» ad extra comporta, en la mayoría de los casos (ejemplo, África), dictadura, luchas intestinas, conflictos étnicos, partidos únicos, encumbramiento de nuevos grupos sociales, militarismo, etc., y el socialismo (si así puede llamarse) no se realiza (en la escasa medida en que se realiza) sino a precio de sangre, sudor y opresión.

El auge del nacionalismo en África, Asia y América latina se da hoy simultáneamente con una serie de circunstancias y de fuerzas que hacen entrever, por primera vez en la historia, la posibilidad de un universalismo absoluto o de un humanismo sin limitaciones.

La ciencia y la técnica, en primer lugar, exigen una superación de todas las fronteras. La conciencia de habitar una sola tierra se une especialmente a la de pertenecer a una sola humanidad. De un modo cada vez más concreto la interdependencia de los pueblos tiende a unificar o a confederar vastas zonas del planeta, que llegarán, luego a unirse o a confederarse entre sí. Cada vez más se extiende, con la comunicación masiva, el sentimiento de la unidad de la especie. Y sin embargo, todo esto será insuficiente si el pujante y agresivo nacionalismo del primero, del segundo y del tercer mundo no desemboca, como ideología y como praxis, en un nuevo universalismo; si el imperialismo, que es nacionalismo a ultranza, no deja de crear en el antiimperialismo otros nacionalismos a ultranza.

Caracas, 1976.

Ensayos Libertarios, Ed. Madre Tierra, 1994.

Poemas para jefes de personal


Por CHARLES BUKOWSKI

Un viejo me pidió un cigarrillo
y saqué dos con cuidado.
«Vengo a buscar trabajo. Voy a esperar
al sol y fumar».
Raído y rabioso
se recostaba contra la muerte.
Era un día frío, por cierto, y los camiones
cargados y pesados como putas viejas
embarullaban y enmarañaban las calles…
Nos hundimos como tablas de un suelo podrido
mientras el mundo lucha por desbloquear
la estructura que le atenaza el cerebro.
(Dios es un local vacío donde no hay filetes.)
Somos pájaros agonizantes
barcos que se hunden…
el mundo nos sacude y nos aplasta
y nosotros
sacamos los brazos
sacamos las piernas
bajo el beso mortal de un ciempiés:
pero ellos nos dan amables palmaditas en la espalda
y dicen que es «política» nuestro veneno.
Bueno, fumamos, él y yo, pobres hombres
mascullando pensamientos insignificantes…
No todos los caballos llegan,
y cuando veas encenderse y apagarse
las luces de las cárceles y de los hospitales,
y a los hombres manipular las banderas con tanto cuidado
como si fueran recién nacidos
recuerda esto:
eres un gran instrumento engullidor
con corazón y vientre, cuidadosamente planificado,
así que si coges un avión a Savannah,
coge el mejor;
o si comes pollo sobre una roca,
haz que sea un animal muy especial.
(Tú lo llamas ave; yo llamo a las aves
flores.)
Y si decides matar a alguien,
haz que sea un cualquiera y no alguien:
algunos hombres están hechos de un material especial,
precioso: no mates,
si vas a hacerlo,
a un presidente o a un rey
o a un hombre
que tenga un despacho…
ésos tienen alcances celestiales
actitudes ilustradas.
Si te decides,
elígenos a nosotros
que esperamos y fumamos y miramos aviesamente;
que estamos consumidos por las penas y
febriles
de subir escalas rotas.
Elígenos
nunca fuimos niños
como vuestros niños.
No entendemos canciones de amor
como vuestras amadas.
Nuestros rostros son linóleo resquebrajado,
resquebrajado por las pisadas
fuertes, seguras, de nuestros amos.
A nosotros nos han criado con hojas de zanahoria
con semillas de sésamo y una gramática violenta;
malgastamos los días como mirlos enloquecidos
y nos entregamos al alcohol por las noches.
Nuestra leve sonrisa forzada nos cubre
como el confeti de un extraño:
y ni siquiera participamos de la Fiesta.
Somos una escena trenzada con el
blanco pincel enfermizo de esta Época.
Fumamos, dormimos como higos en un plato.
Fumamos, tan muertos como la niebla.
Elígenos.
Un asesinato en la bañera
o algo rápido y brillante; nuestros nombres
en los periódicos.
Conocidos, por fin, un instante
para millones de ojos indiferentes, embotados de noticias
que se reservan
para parpadear y brillar sólo
ante los simples sarcasmos de taberna
de sus correctos comediantes
caprichosos y engreídos.
Conocidos, por fin, un instante,
como lo serán ellos
como lo serás tú
por un hombre todo gris en un caballo todo gris
que está sentado y acaricia una espada
más larga que la noche
más larga que la doliente cresta de las montañas
más larga que todos los lamentos
que han surgido de las gargantas
y han explotado en una tierra
más nueva, menos planificada.
Fumamos y las nubes nos ignoran.
Pasa un gato y se sacude a Shakespeare
del lomo.
Sebo, sebo, vela cual cera: nuestra espina dorsal
es débil y nuestra conciencia quema
sin malicia hasta el final
lo que queda de la mecha que la vida
nos ha otorgado parcamente.
Un viejo me pidió un cigarrillo
y me contó sus problemas
y esto
fue lo que dijo:
que esta Época es un crimen
que la Piedad se ha refugiado bajo mármoles
y el Odio se ha refugiado en el
dinero.
Podía haber sido un obseso sexual
o un santo.
Pero fuese lo que fuese
estaba condenado
y los dos esperábamos al sol
fumando
y mirando
ociosos quién sería
el siguiente.

sábado, 24 de abril de 2010

Preámbulo a los estatutos provisionales de la AIT (1864)


CONSIDERANDO:

Que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos, que los esfuerzos de los trabajadores por lograr su emancipación no deben tender a crear nuevos privilegiados, sino a establecer para todos derechos y deberes iguales y aniquilar la dominación de cualquier clase.

Que la dependencia económica del trabajador de los detentores de medios de trabajo, es decir de las fuentes de la vida, es la causa primera de su esclavitud política, moral, material.

Que la emancipación económica de los trabajadores es por tanto el gran objeto al que todo movimiento político debe ser subordinado como medio.

Que todos los esfuerzos hechos hasta el presente han fracasado faltos de solidaridad entre los obreros de diversas profesiones en cada país, y de una unión fraternal entre los trabajadores de las diferentes comarcas.

Que la emancipación del trabajo, no siendo un problema local ni nacional, sino social, abraza a todos los países en los que existe la vida moderna y necesita para su solución de su consumo teórico y práctico.

Que el movimiento que reaparece entre los obreros de los países más industriales de Europa, haciendo nacer nuevas esperanzas, da una enorme advertencia para no recaer en los viejos errores, y les empuja a combinar inmediatamente sus esfuerzos aún aislados.

Por estas razones:

Los abajo firmantes, miembros del Consejo elegido por la asamblea del 28 de septiembre de 1864, en Saint-Martin’s Hall, de Londres, han tomado las medidas necesarias para fundar la Asociación Internacional, así como todas las sociedades o individuos adheridos, reconocerán como base de su conducta hacia todos los hombres: la verdad, la justicia, la moral, sin distinción de color, creencia o nacionalidad.

Consideran como un deber reclamar para todos los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Nunca más deberes sin derechos.

Es en este espíritu que ellos han redactado el reglamento provisional de la Asociación Internacional.

[En las firmas figuraban 21 ingleses, 10 alemanes, 9 franceses, 6 italianos, 2 polacos y 2 suizos, la mayoría exiliados.]

jueves, 22 de abril de 2010

Sobre los comuneros de Castilla

En estas fechas se suele conmemorar la revuelta comunera castellana de 1520-22 (que empezó en Toledo y acabó en Toledo, no con la derrota de Villalar). Rebelión encabezada por las villas y ciudades del interior peninsular que pedían al rey no tener que pagar impuestos para costear sus ambiciones imperiales en tierras lejanas, como también que los cargos públicos del reino estuviesen en manos de castellanos y no de extranjeros. A esto habría que añadir las exigencias consistentes en una mayor participación del reino en los asuntos políticos a través de unas Cortes más representativas y capaces de limitar el poder del mismo monarca. Y, por presión popular, a una mayor democratización del gobierno en los municipios. Gran parte de la nobleza cambió de bando debido a esta radicalización, cuando sintió peligrar sus privilegios.

Siglos después, muchos pretendieron ver en esta insurrección el precedente de las modernas revoluciones liberal-democráticas. Aunque se haya dividido la historia por edades, fijando una especie de límite entre la Edad Media y la Moderna, los acontecimientos del siglo XVI estuvieron más condicionados por los conflictos sociales de su, no muy lejano, pasado medieval. Solamente que en ese episodio convergieron varios a la vez.

La revuelta comunera fue, ante todo, un movimiento urbano cuya fuerza de choque la formaron los artesanos y los comerciantes, amparada de levantamientos rurales antiseñoriales, acaudillados por el patriciado urbano. Patriciado —compuesto por la pequeña nobleza caballeresca— que ejercía el verdadero poder dentro de los municipios, en contra de la idea de una «democracia directa» en manos de la asamblea vecinal o concejo abierto, lo típico dentro de una desigual sociedad como la feudal del momento. Las ciudades medievales no fueron esos centros independientes y libres que se nos han hecho creer, estaban sometidos por lazos de vasallaje a los reyes y aristócratas, que eran sus verdaderos Señores soberanos. Los derechos o fueros que tenían fueron otorgados, pero no conquistados. El gobierno local lo ejercía esta minoría privilegiada que heredaba los cargos, en algunos casos, o compartían y se turnaban los diferentes linajes, una oligarquía concejil. Pocos casos hubo en que los representantes del pueblo llano participaron, lo que supuso constantes conflictos violentos entre ambos grupos sociales.

A mediados del siglo XIV se institucionalizó por orden regia este tipo de concejos restringidos, también llamados regimientos, lo que vino a dar contenido legal a una situación ya existente en los municipios castellanos desde tiempo atrás. No fue un fenómeno ajeno al feudalismo de entonces. Según avanzaban sus conquistas hacia el sur musulmán, los reyes concedían libertades a las ciudades, además de obtener impuestos y milicias, también con el motivo de atraer nuevos pobladores: los fueros.

Los municipios además de su núcleo urbano tenían su alfoz, el término territorial que dominaba incluyendo aldeas rurales subordinadas a estos. Aunque se dedicasen al comercio y la artesanía, su base económica seguía siendo la agropecuaria. Cuyos propietarios eran los más ricos. Los vecinos tenían derecho a usar los bienes comunales, como montes y pastos, aunque no todos los habitantes tenían la condición de vecinos, los moradores que tenían pocos derechos.

La oligarquía urbana (descendiente de los aldeanos que podían mantener caballo y armas: los caballeros villanos) tenían el privilegio de no pagar impuestos, eran los exentos, igual que el clero y los nobles. Las cargas fiscales las pagaban la gente del común o pecheros, exceptuando los más pobres. Entre esta gente del común había ricos y pobres, propietarios de tierras y jornaleros, artesanos con taller y sus oficiales y aprendices, mercaderes y comerciantes, un grupo social muy diversificado. Las minorías étnico-religiosas estaban aparte y solían padecer los ataques de una población frustrada en épocas de crisis. Desde mediados del siglo XIV, y por encima de todos, estaba el representante del rey: el corregidor, al que tenían que mantener.

Cuando la nobleza no pudo obtener más tierras de conquista al frenarse la expansión del reino, buscó otras alternativas para impedir el descenso de sus ingresos, conminando a los monarcas para que les concediesen otros privilegios más a costa de los municipios. Y los reyes para fortalecer su poder les entregaron el dominio de varios municipios, entrando en conflicto con las oligarquías urbanas. Oligarquías que no dudaron en recurrir al apoyo de las clases populares contra las pretensiones anexionistas de los grandes. Valiéndose, incluso, de la propaganda basada en el «bien común» que sólo servía a sus intereses particulares, otras en cambio preferían llevarse bien con el rey y la alta nobleza. Durante la rebelión comunera se plasmó tal conflicto, y tales posturas, poniéndose al frente del movimiento, momento que también aprovechó el común o pueblo menudo para exigir lo suyo. Aunque se pueda considerar la rebelión como una especie de lucha de clases, la realidad fue que en ambos bandos había de todo.

Otra petición comunera era que hubiese una mayor representatividad en las Cortes. De un centenar de municipios que se presentaron a inicios del siglo XIV, en el siglo XV solamente quedaron diecisiete (dieciocho, tras la toma de Granada por los Reyes Católicos). Cortes que eran convocadas por los reyes, cuando querían y no estaban obligados a solucionar los problemas que se les presentaban, solamente para votar nuevos impuestos. En ellas estaban representados los tres estamentos: nobleza, clero y los municipios. Hablar de ellas, comparándolas, como si de un tipo de parlamento fuesen, no tiene sentido: sólo tenían un carácter consultivo. Decir que con la derrota comunera Castilla perdió sus libertades, no es verdad, porque no existían tales.

Por mi parte, los comuneros con los que mejor me identifico son con los parisinos de 1871, y no con los castellanos de 1521. Aunque yo sea nativo de aquí, de estas tierras mesetarias.

domingo, 18 de abril de 2010

Villalar, los comuneros y el fracaso en la construcción de una nueva identidad


Cientos de miles de personas, puños en alto, banderas moradas y rojas, gritos de «¡Castilla entera se siente comunera!», «¡Castilla y León por su liberación!», discursos regionalistas encendidos, los grupos Candeal y Nuevo Mester de Juglaría cantando a los comuneros, flores en el monolito para homenajear a los capitanes decapitados… El ritual regionalista castellano y leonés, celebrado desde 1977 cada 23 de abril, no podía tener otro escenario que la campa de Villalar de los Comuneros, epicentro dramático del episodio histórico devenido en mito. Oficializada como fiesta de la Comunidad en 1986, nació promovida por el Instituto Regional como instrumento para generar una identidad colectiva regionalista en torno, inicialmente, a dos demandas básicas: democracia y autonomía.

Conseguida esta última de manera oficial el 25 de febrero de 1983, la fiesta de Villalar se ha ido consolidando como símbolo dirigido, a través de un ritual concreto, a galvanizar el débil sentimiento regionalista castellano y leonés y contribuir a la construcción de la nueva identidad autonómica. Sin embargo, a diferencia de los nacionalismos periféricos, en Castilla y León, este proceso de construcción identitaria, apoyado, entre otras medidas, en la promoción de rasgos culturales autóctonos, carecía de tradición alguna. Es más, como hemos podido comprobar, la misma utilización como mito del episodio de las Comunidades de castilla había servido más bien de apoyo legitimador a proyectos políticos de corte liberal, republicano, federalista y democrático antes que para construir y promocionar una identidad colectiva regionalista.

Este último cometido, en efecto, surgió como nueva necesidad hacia 1976, siguiendo un proceso similar al de los años 30, esto es, urgido por el clima de reivindicación autonomista impulsado desde los nacionalismos periféricos. De ahí, por ejemplo, el mimetismo que algún autor ha establecido entre la fiesta de Villalar y la Diada catalana. Lo importante, a los efectos de nuestro trabajo, es resaltar cómo la creación ex novo de la fiesta de Villalar como ritual simbólico dirigido a agrupar a la colectividad castellana y leonesa en torno al nuevo proyecto regionalista siguió, sobre todo en los momentos iniciales, las pautas culturales propias del proceder nacionalista: el empleo del episodio histórico de las Comunidades de Castilla, convenientemente devenido en mito, es utilizado como argumento de autoridad para legitimar las reivindicaciones del presente.

En Castilla y León, este uso se centrará, básicamente, en la interpretación clásica de los comuneros como luchadores contra la opresión y, sobre todo, de la derrota de Villalar como momento en el que Castilla perdió sus libertades de manos del absolutismo. La explicación es sencilla: impulsada la fiesta masivamente por los colectivos antifranquistas, ésta se convirtió en un lugar privilegiado para reivindicar el retorno de la democracia en España; a su vez, la denuncia del centralismo permitía yugular las acusaciones vertidas contra Castilla desde instancias periféricas y zaherir al gobierno de la UCD, al que se acusaba de mantener a Castilla económicamente sojuzgada; de paso, se intentaba generar a la contra un sentimiento autonomista castellano y leonés hasta entonces inexistente.

De hecho, ya el arranque conflictivo de la fiesta de Villalar contribuyó a presentarla ante la opinión pública como la expresión más genuina del mito comunero liberal y revolucionario. Y es que, la primera convocatoria, proyectada para el 24 de abril de 1976, pretendía aunar, a través de un encendido homenaje a la figura de Padilla, Bravo y Maldonado, la doble reivindicación ya mentada: por la libertad y por la autonomía. Sin embargo, se saldó con una carga policial bastante sonada: impulsada por el Instituto Regional, el gobernador no la autorizó pretextando que «aún no había sido aprobada la nueva ordenación legal para el ejercicio del derecho de reunión y manifestación» y que los actos del organismo convocante «no eran los propios de las finalidades de una sociedad anónima» que decían ejercitar sus socios.

Pese a todo, acudieron 400 manifestantes; la exhibición de una bandera morada en un árbol cercano desató la carga de los policías a caballo. Automáticamente, en el imaginario político del momento el suceso revistió un significado no menos mítico: los policías hacían las veces de la caballería realista y los miembros del Instituto Regional, de esforzados aunque derrotados y heroicos comuneros. Además, la represión desatada incentivó aún más la identificación entre la fiesta y la izquierda intelectual y política, restando eficacia, por tanto, a la función movilizadora conferida.

Al año siguiente, los colectivos convocantes, motivados por la inminente consecución de la preautonomía, emplearon el episodio histórico de Villalar para denunciar el abandono de Castilla y León, denostar el centralismo y, desde luego, pujar por una conciencia regionalista más extendida, que fuera capaz de movilizar a la ciudadanía para combatir el yugo centralista:

«Hace 456 años Castilla y León perdieron sus libertades con la derrota de los comuneros en Villalar. Desde aquella fecha Castilla y León han sido víctimas de un centralismo destructor que ahogó su voz y sus derechos propiciando el estado de ruina y abandono en que está sumido nuestro pueblo.
¡Castellanos y leoneses! Sólo con unión y solidaridad podemos recuperar las libertades perdidas. Castilla y León reclama justicia, libertad y autonomía.»

Comprometidos los partidos y colectivos del momento con la concesión de la preautonomía como paso previo y necesario para llevar a buen puerto el proyecto autonómico, su estrategia de agrupar a los castellanos y leoneses en torno al nuevo regionalismo se basaba, como vemos, en el recurso al agravio centralista. Esto explica el hecho de que el mito comunero fuera empleado en el más clásico sentido de la pérdida de las libertades ocurrida tras la derrota de Villalar. Poco cambiará al año siguiente, como vemos en la convocatoria:

«El 23 de abril, Día de Villalar, los castellano-leoneses vamos a celebrar la fecha de la derrota de las fuerzas comuneras representantes de las libertades castellanas frente al emperador Carlos I y que se ha convertido hoy en símbolo de la lucha del pueblo castellano-leonés contra la situación que padece nuestra región, por recuperar su identidad regional y en defensa de sus derechos como pueblo.»

Claro que, al borde de las elecciones municipales de 1979, las primeras auténticamente democráticas en España tras la muerte del general Franco, Julio Valdeón, como representante del Instituto Regional, se refirió a los precedentes democráticos que podían extraerse de las demandas comuneras para que el emperador Carlos V respetase las antiguas instituciones representativas de las ciudades de Castilla. Pero, eso sí, sin olvidar el valor que adquiere Villalar en ese afán de «resurgimiento de una región abandonada y maltratada».

Ciertamente, el recurso al agravio centralista como estrategia movilizadora y su proyección hacia el pasado a través del empleo del episodio comunero mitificado obedecía, en cierto modo, a la oposición existente entre la izquierda convocante y el signo político del partido gobernante (UCD). Por eso el cambio político experimentado en 1982 a raíz del triunfo electoral del PSOE, su reedición al año siguiente en las elecciones autonómicas castellanas y leonesas, la aprobación del Estatuto de Autonomía en febrero de 1983 y la oficialización de la fiesta tres años después fueron factores que provocaron una sensible variación en el mensaje de la misma: frente al agravio comparativo anterior comenzó a incidirse en el sentido reivindicativo, a la vez que solidario, del episodio comunero, desprovisto ya de enemigo a batir.

Sin embargo, es preciso reconocer la escasa operatividad del mito de las Comunidades a la hora de erigirse en referente cultural de la autonomía castellano y leonesa, aspecto que contrasta con su rentable utilización a la hora de reivindicar, en aquellos años de la Transición, el retorno de la democracia y el rechazo del centralismo. Para esto último, en efecto, los regionalistas de los anos 70 encontraron —previa criba y previsible selección— útiles argumentos de legitimidad histórica en unos comuneros mitificados y presentados como precoces luchadores contra el absolutismo. Otra cosa muy distinta era hallar antecedentes regionalistas en dicho episodio: ni siquiera mitificado era capaz de aportar precedentes históricos con los que incentivar un sentimiento colectivo mayoritario de pertenencia a una comunidad diferenciada.

El mismo Julio Valdeón, uno de los promotores del movimiento regionalista castellano y leonés que tanto se esforzó en enlazar el ejemplo comunero con las luchas democráticas de los años 70, señalaba, a la altura de 1999, que la reivindicación de la revolución comunera «se inscribe en la lucha mantenida en el transcurso de la historia por los seres humanos para acabar con la opresión (…) o, lo que es lo mismo, en pro de la dignidad humana». Por eso la rebelión de las Comunidades, más que motivo de reivindicación regionalista o autonomista, es presentada ahora en Villalar como «un hito significativo en el camino, largo camino, que ha llevado a la humanidad a la conquista de la democracia».


domingo, 11 de abril de 2010

Los comuneros de Castilla por Forges

Para ver mejor, pinchar en las imágenes


«Charly I de Aquí». Capítulo 28 de Historia de Aquí.

viernes, 9 de abril de 2010

La dictadura de la revista Nature

El 10 de agosto de 1998, el paleontólogo de la Universidad Complutense de Madrid Juan Luis Arsuaga, codirector de las excavaciones del yacimiento de Atapuerca en Burgos —el más importante del mundo en el período del Pleistoceno—, impartió una conferencia titulada «La pelvis, el parto y la evolución de la precocidad en el recién nacido». Estaba enmarcada dentro del curso de verano «La vida en la prehistoria: la paleobiología de nuestros antepasados», organizado por la Universidad Complutense de Madrid en El Escorial. En esa conferencia, a la que asistieron los alumnos del curso y dos periodistas —Alicia Rivera de El País, y el que escribe este libro [Carlos Elías] por la Agencia EFE—, Arsuaga explicó lo que él consideraba el descubrimiento paleontológico más importante del siglo: una pelvis humana completa del Pleistoceno medio (hace 300.000 años).

El tamaño de la pelvis era mayor que la de los actuales humanos, lo que quería decir que los niños podían nacer más desarrollados que ahora, pues al ser el anillo de la pelvis mayor implicaba que la cabeza podía también ser más grande. Esto derivaba en múltiples teorías antropológicas como que al ser los niños más desarrollados necesitaban menos a sus progenitores y tenían una infancia y adolescencia menor que las actuales.

El auditorio quedó impresionado. Arsuaga incluso señaló que le habían puesto el nombre de Elvis a la pelvis: «la pelvis de Elvis es el hallazgo paleontológico más importante que ha aportado España a la historia de la ciencia», tras lo cual enseño numerosas diapositivas de la pelvis completa. Al término de la conferencia me acerqué a él para preguntarle algunas dudas. Reconozco que yo ya veía mi artículo enviado a EFE en las portadas de periódicos y telediarios. Arsuaga, visiblemente consternado al enterarse de que era periodista, me suplicó que no publicara nada. Añadió que él «no sabía que hubiera periodistas», a pesar de que los cursos de la Complutense tienen un gabinete de prensa muy eficaz y todos los que imparten conferencias saben que en el auditorio puede haber numerosos redactores. También me aseguró que si esa noticia se divulgaba en la prensa, Nature lo había amenazado con no publicarle su artículo. Arsuaga era una víctima de Nature.

Le hice saber que no haría mención a las teorías que implicaban el descubrimiento, sino sólo al hallazgo en sí de la única pelvis completa que existía en el mundo del Pleistoceno medio. Me aseguró que incluso la sola mención del hallazgo echaría por tierra todo el proyecto de publicar en Nature. Yo quería publicarlo, porque era un hallazgo anunciado en una conferencia pública. Pero Alicia Rivera (a la cual considero una magnífica periodista científica) me aconsejó: «Jamás se publica un hallazgo, aunque tengamos constancia del mismo, hasta que el investigador y la revista nos den permiso. Porque lo que para nosotros no deja de ser una noticia más, a ellos les puede costar que su trabajo no tenga el reconocimiento que merece. Les puedes arruinar sus expectativas de publicación». Y con la conciencia intranquila por secuestrar una información a la sociedad, solicité permiso a mis jefes. La Agencia Efe accedió a no publicar el descubrimiento del hallazgo ante las súplicas de Arsuaga. EFE publicó una información en la que se hacía referencia a lo que supondría encontrar una pelvis de ese tamaño, pero en ningún momento se afirmaba que se había hallado ya.

Nueve meses después —el 20 de mayo de 1999— Nature publicaba la noticia y todos los periódicos nacionales —ABC, El Mundo, El País, etc.— presentaban la noticia en portada y abriendo la sección de «Sociedad». El Mundo, incluso, escribió un editorial sobre la pelvis y la investigación científica.

La pregunta es: ¿resulta ético, desde el punto de vista periodístico, secuestrar la información de un hallazgo de esa magnitud a la sociedad durante nueve meses, sólo por las imposiciones de Nature? En este caso que he expuesto por conocer de primera mano y por considerarlo paradigmático de la disfunción que intento explicar, el retraso no se debe a que se están confirmando los resultados experimentales o teóricos por los revisores antes de publicarlo. No. Aquí Nature no sólo secuestró la interpretación teórica —que puedo entenderlo hasta que los revisores la den por válida—, sino incluso, hasta el propio hallazgo físico.

La identificación de los científicos con esta dictadura de Nature es tal, que el propio Arsuaga llegó a advertirme de que si divulgaba lo de la conferencia, yo sería el responsable de que uno de los hallazgos más importantes de la ciencia española del siglo XX no fuera publicado como merecía. La jefa de ciencia de EFE en ese entonces, Amanda García Miranda (que es licenciada en biología y periodismo), y yo acatamos la amenaza «por el bien de la ciencia española, aunque nosotros quedemos mal como periodistas si mañana se publica y se sabe que estuvimos allí», nos dijimos.

Y con el miedo de que otro periodista que no se hubiera acercado a Arsuaga difundiera la información al día siguiente, aceptamos no publicar nada de la noticia. Estoy seguro de que los jefes superiores de la Agencia EFE, que no están acostumbrados a tratar con estos asuntos ni a acatar la dictadura de fuentes para ellos tan poco relevantes, jamás hubieran aceptado que una noticia de este calibre, que además ha sido posible gracias a la exclusiva financiación pública española que tiene la investigación de Atapuerca, esté secuestrada por imposición de una empresa de comunicación privada británica como es Nature. En este sentido, a veces creo que los periodistas científicos «somos menos periodistas que el resto», porque no luchamos suficientemente por defender el derecho a la información. La ciencia no pierde nada porque se publique un hallazgo científico antes de que salga en una revista y se estimule el debate. Arsuaga ha salido beneficiado, porque gracias a Nature se ha convertido en un científico mediático. Sin lugar a dudas, es el licenciado español en ciencias naturales que más cobra por conferencia impartida y que más ingresos obtiene de publicaciones de libros.

domingo, 4 de abril de 2010

Despedida y cierre

Este año hemos estado un poco desganados para estas jornadas y, por ende, ha habido menos entradas que en otros años. Aun así hemos hecho todo lo posible y ya veremos si para el próximo año hacemos las Quintas. En este momento clausuramos las Cuartas.

Estas entradas las quiero dedicar al compañero JR, procesado por ofender con la verdad a los sentimientos religiosos de los católicos, y el arzobispado de Toledo le reclama 30.000 euros como compensación, al ser la Iglesia la ofendida.

Al hablar del pasado oscuro y hasta criminal de la Iglesia católica, a lo largo de la Historia, no es ofender. Porque: ¡No hay mayor ofensa que la mentira!

Por ejercer su derecho de libertad de expresión es denunciado este sindicalista de la CNT, pero los católicos sí pueden expresarse y llegar a llamar, a esta organización legalizada como la CNT, ni más ni menos, que de organización terrorista. Unos sí pueden, pero otros no. ¿Dónde está la justicia?

Mercurio rojo

Desde la caída del Muro de Berlín, corría el rumor que ex agentes soviéticos vendían en el mercado negro una sustancia radiactiva que con la cual se podría crear minibombas nucleares. Tal producto, el mercurio rojo, en realidad no existe. Es un fraude.

Pues bien, hace un año, corrió por Arabia Saudí el rumor de que tal sustancia se hallaba en las agujas de las viejas máquinas de coser Singer. En el zoco de la capital se llegó a pagar mil veces más del precio original (unos treinta euros). La gente llegaba a robar las de sus vecinos y las de las tiendas. Y no solamente era la gente poco ilustrada y semianalfabeta, también hubo mucos académicos que creían tal farse. Para detectar el mercurio rojo se valían de los mismos teléfonos móviles. Y no las adquirieron para fabricar armas destructivas, sino estuvieron motivados por la creencia de que con ese producto inexistente (aunque también al cinabrio o sulfuro de mercurio se le llame así) se podríacontrolar a los genios y alejar a los malos espíritus.

sábado, 3 de abril de 2010

El criminal reino católico de Croacia

En 1937, varios obispos españoles escribieron una carta conjunta en la que condenaban a uno de los bandos de nuestra Guerra Civil española (consecuencia de la persecución y la matanza de miles de religiosos en el lado republicano o «rojo») y se posicionaban a favor del otro (el franquista), y la Santa Sede apoyó y felicitó a los vencedores abiertamente. Lo llamativo fue su doble criterio moral, mientras en este caso se pronunciaba públicamente, años después, en plena Segunda Guerra Mundial, guardó prácticamente silencio ante los crimenes de los nazis y sus aliados. En especial, me estoy acordando del régimen croata de Ante Pavelic, régimen fascista y a la vez católico; un régimen, aunque de poca extensión, en proporción mucho más sanguinario y cruel que el nazi y que obtuvo desde sus inicios, en abril de 1941, el beneplácito de la Iglesia católica (sabedora, a pesar de todo, de las atrocidades que allí se cometieron).

Cuando puede y quiere el Vaticano recuerda a sus mártires asesinados, pero calla con sus víctimas, muchas de ellas también religiosos, como las decenas de popes y jerarcas ortodoxos serbios asesinados cruelmente por los curas y frailes católicos ustachas. O por las 700 mil (o 500 mil, ¡da igual!, fueron muchas vidas humanas) víctimas del atroz régimen católico de Pavelic, régimen en que la practica del aborto estaba castigada con la pena de muerte, pero no tenía miramiento por los miles de niños serbios, gitanos o judios masacrados por estas «furias del averno», de misa y comunión diaria. Las voces del Papado se hicieron oir después, cuando los comunistas de Tito fusilaban a muchos de estos asesinos católicos, pero no antes.

Sobre este asunto os recomiendo que leáis de Karlheinz Deschner el capítulo sobre Croacia de su libro La política de los Papas en el siglo XX. (Aquí lo tenéis íntegro.)

De momento os pongo este texto del polémico y famoso libro La puta de Babilonia de Fernando Vallejo:

Pero donde la Puta hizo lindezas fue en Croacia y su anexo de Bosnia-Herzegovina, en las que el fundador del Partido Fascista Croata de los ustashi Ante Pavelic, el Poglavnik, con el apoyo financiero y militar de los nazis alemanes y el espiritual de los obispos locales instauró una sangrienta dictadura racista que masacró poblaciones enteras de serbios, judíos y musulmanes* o los deportó a campos de exterminio, y cuyos efectos se han seguido sintiendo en la reciente guerra de desintegración de eso que parecía el país de Yugoslavia pero que en realidad era una deleznable colcha de retazos tejida por el odio de católicos, ortodoxos y musulmanes, tres plagas de la humanidad que no pueden convivir porque se repelen.

Pavelic, el Poglavnik, era católico. Pavelic Poglavnik es como Hitler Führer, Mussolini Duce y Franco Caudillo. ¡Lo máximo! Tengo aquí enfrente una foto suya rodeado por el episcopado católico: diez travestidos con batas de mujer y cintas rojas, cinco a la derecha y cinco a la izquierda y el Poglavnik en el centro con traje de militar y botas como un gallo entre sus gallinas. El primero a su derecha es el arzobispo de Zagreb Alojzije Stepinac, y el primero a su izquierda el arzobispo de Sarajevo Ivan Saric. Entre los ocho obispos restantes han de estar Axamovic de Djakovoy, J. Gavic de Banja Luka y Salis Sewis, segundo de Stepinac. Stepinac fue vicario general de las Fuerzas Armadas ustashis por nombramiento del Vaticano, presidente de la Conferencia Episcopal Croata, miembro del parlamento ustasha, arzobispo primado de Zagreb y más adelante cardenal y beato: Wojtyla se lo beatificó a los croatas a cambio de uno de esos recibimientos triunfales a lo Tito y Vespasiano que tanto le gustaban a ese pavo real de cola permanentemente desplegada. Fue a Stepinac a quien como arzobispo primado le correspondió anunciar desde el púlpito de la catedral de Zagreb la fundación del Estado Independiente de Croacia, que en realidad era el «Estado Criminal Fascista de Croacia», un apéndice del Tercer Reich. Pavelic lo condecoró con la Gran Cruz de la Estrella, tan merecida como la beatificación: convirtió merced a un régimen de terror a doscientos cincuenta mil ortodoxos serbios al catolicismo y le ayudó al Poglavnik a liquidar a otros setecientos cincuenta mil y al ochenta por ciento de los judíos yugoslavos. Hoy es el santo patrono del genocidio y se le reza para prevenir contra las minas quiebrapatas. Tras la derrota nazi fue acusado de traición y lo condenaron a dieciséis años de trabajos forzados pero a los cinco ya estaba libre y fue entonces cuando Pío XII lo purpuró. Se dio en adelante a abogar por el uso de la bomba atómica, a lo Mac Arthur, como el gran medio para catolizar a Rusia y Serbia. «El cisma de la Iglesia Ortodoxa —decía— es la maldición más grande de Europa, casi tanto como el protestantismo. Ahí no hay moral, ni principios, ni verdad, ni justicia, ni honestidad». Yo reformularía su primer enunciado así: La Iglesia católica, la ortodoxa y la protestante son la maldición más grande de la humanidad, casi tanto como el Islam.

En cuanto a Ivan Saric, fue pionero en su juventud de la Acción Católica de Pío XI, el partido político internacional de la Puta precursor del fascismo, y era el arzobispo de Sarajevo cuando ascendieron al poder los ustashis, con quienes colaboró como colabora el hígado con el páncreas. Escribió una «Oda a Pavelic» en que le dice: «Usted es la roca sobre la que se edifica la libertad y la patria. Protéjanos del infierno marxista y bolchevique y de los avaros judíos que pretenden con su dinero manchar nuestros nombres y vender nuestras almas». Y en la hoja episcopal de Sarajevo precisaba: «Hasta ahora, hermanos míos, hemos laborado por nuestra religión con la cruz y el breviario, pero ha llegado el momento del revólver y el fusil». Por algo los capellanes del ejército ustashi prestaban juramento entre dos velas y ante un crucifijo, un puñal y un revólver. «Aunque yo lleve el hábito sacerdotal —decía—, con frecuencia tengo que echar mano de la ametralladora». Era gallina pero de pluma en ristre y con testosterona en la sangre. Auxiliado por la policía ustasha se apoderó de los bienes de los judíos sefarditas de Sarajevo, a los ortodoxos los llamaba «cismáticos» y a él lo llamaban «el verdugo de los serbios». Derrotados los nazis huyó con Pavelic, el obispo Gavic y quinientos curas a Austria y luego a España donde escribió un libro en alabanza de Pío XII. Por su parte Pavelic huyó disfrazado de cura a Roma, desde donde, ayudado por la Commissione d'assistenza pontificia, se trasladó a Argentina cargado de oro para acabar muriendo en un monasterio de franciscanos en Madrid bendecido por el Papa. «Santo Padre —le decía Pavelic de rodillas a Su Santidad en una visita a Roma cuando era el Poglavnik—: Cuando la benévola providencia de Dios permitió que tomase en mi mano el timón de mi patria resolví firmemente y deseé con todas mis fuerzas que el pueblo croata, siempre fiel a su glorioso pasado, también permanezca fiel en adelante al apóstol Pedro y sus sucesores y, profundamente compenetrado con la ley del evangelio, se convierta en el Reino de Dios». Andaba siempre rodeado de curas y algunos formaban parte de su guardia personal.

¡Qué no hicieron! Al obispo ortodoxo octogenario de Sarajevo, Simonic, lo estrangularon; al de Banja Luka, Platov, también octogenario, le herraron los pies como caballo, le sacaron los ojos y le cortaron la nariz y las orejas; y al de Zagreb, Disitej, lo torturaron. A trescientos sacerdotes ortodoxos los asesinaron. En cuanto a los serbios ortodoxos laicos, los fusilaban, los degollaban, los empalaban, los estrangulaban, los torturaban, les sacaban los ojos, los descuartizaban a hachazos y los arrojaban al Neretva y al Danubio. En los primeros ocho meses los católicos ustashis con sus curas asesinaron a trescientos cincuenta mil entre serbios y judíos. Del historiador Karlheinz Deschner, que ha consagrado su vida a denunciar los crímenes de la Puta, tomo lo anterior y la siguiente lista de curas ustashis que hicieron grandes méritos en la causa del Crucificado en Yugoslavia por los saqueos, incendios y matanzas de ortodoxos que perpetraron: Pilogrvic de Banja Luka; Tomas y Hovko de Prebilovci y Surmancilos; los jesuitas Lipovac, Cvitan y Kamber, jefe de la policía de Doboj; los franciscanos Vukelic, Zvonimir, Medic, Prlic, Frankovic; el franciscano Simic, gobernador de Knin; el franciscano Soldo, organizador de la masacre de Capljna; los franciscanos Dragicevic, Cvitkovic y Lelicic del monasterio de Shiroki Brijec desde el que limpiaban su región de ortodoxos; el cura Cievola, del convento franciscano de Split; el cura Ivo Guberina, de la guardia personal de Pavelic y dirigente de la Acción Católica; el cura Bralo, patrocinador de la división aérea la Legión Negra. Los ustashis se hacían retratar con cadenas de lenguas y de ojos colgándoles de los hombros y a su Poglavnik le regalaron un cesto con cuarenta libras de ojos humanos. Devotos católicos, se reunían en las iglesias a comulgar, rezar y planear masacres.

El solo párroco de Rogolje, Branimir Zupancic, masacró a cuatrocientos. Pero la palma de la matanza se la llevan los franciscanos. El prior del convento franciscano de Cuntic, Castimir Hermann, dirigió una que empezó en la iglesia ortodoxa de Glina y duró ocho días. Y de los doscientos mil serbios y judíos asesinados en el campo de la muerte de Jasenovac, cuarenta mil se deben al franciscano Miroslav Filipovic quien en calidad de comandante de ese campo y ayudado por sus colegas de orden Brkljanic, Matkovic, Matijevic, Brekalo, Celina y Lipovac los liquidó en cuatro meses. Otro franciscano, el seminarista Brzica, en ese mismo campo y en la sola noche del 29 de agosto de 1942 decapitó a mil trescientos sesenta con un cuchillo especial. Al Papa teólogo Ratzinger le recomiendo muy encarecidamente el campo de la muerte de Jasenovac, el Auschwitz croata, para que empiece con él una esclarecedora gira por los campos de concentración croatas que fundó Pavelic en su Reino de Dios: los de Jadovno, Pag, Ogulin, Jastrebarsco, Koprivnica, Krapje, Zenica, Star Gradishka, Djakovo, Lobograd, Tenje y Sanica. y que vaya preguntando en cada uno, con dolor de teólogo en el alma y alzando la vista al cielo arrodillado: «¿Por qué permitiste esto, Señor?» Que es lo que justamente le quiero preguntar ahora a Pío XII: ¿Por qué permitiste eso, Pacelli? ¿O me vas a decir que no te enteraste? Por eso en estos instantes en que escribo «el Señor» te está cauterizando el culo en los infiernos.

¡Claro que se enteró! Cómo no se iba a enterar si tenía montada por todo el orbe la más formidable red de espionaje que no conocieron la Stasi, la KGB ni el Scotland Yard, con tentáculos en los cinco continentes e islas anexas y constituida por una falange ubicua de curas, monjas, seminaristas, obispos y nuncios, tartufos unos, lacayos todos, cuyos informes se iban canalizando desde las más humildes parroquias hasta los obispados y las nunciaturas y de éstas hasta El Vaticano. Ni una palabra salía de la boca de Su Santidad respecto a las masacres de que le informaban. Sufría el santo pero el estadista callaba.

* En el caso de los musulmanes Vallejo se equivoca, la dictadura de Pavelic respeto al Islam e incluso entre las milicias ustachas había algunos musulmanes (sin olvidarnos de la División Sandschar de las Waffen-SS). Los «musulmanes» o eslavo-musulmanes a los que se querrá referir será a los antifascistas.

Sadismo en el Más Allá

A la pregunta del moderador acerca de una vida «más allá», respondí yo: a mi entender los muertos no siguen viviendo en su conciencia, sino en la nuestra. Los muertos mueren cuando se les olvida. Y observé, contra las ilusiones del cristianismo acerca del más allá, que esta doctrina acrecienta aún más la dicha de los bienaventurados mediante el recurso sádico de que aquéllos puedan ver desde el cielo los sufrimientos de los pecadores en el infierno, ¡y eso por toda la eternidad!

¿Qué hay de falso en lo que digo? (Prescindiendo de que lo sea toda la cuestión.) Son viejas concepciones cristianas.

Ya el Nuevo Testamento azuza contra la humanidad no creyente: «Haced con ella lo mismo que ella ha hecho con vosotros y devolvedle el doble del mal, como sus hechos se merecen». Lo contrario dicho sea de paso, del mandamiento pacifista de Jesús. Después, es Tertuliano quien ve a los pecadores en el infierno «más reblandecidos y macerados por el fuego». Su insaciable mirada quiere regodearse en el estofado de sus adversarios: «¿Qué espectáculo tan amplio se ofrecerá allí? ¿Qué es lo que suscitará allí mi asombro y provocará mis risas? ¿Dónde estará el lugar de mi dicha, de mi regocijo?». También el obispo mártir Cipriano promete a los bienaventurados la contemplación de los tormentos de sus antiguos perseguidores como complemento de su goce celeste por toda la eternidad. Lactancio endulza asimismo la vida eterna con la visión de los condenados. Hasta el teólogo oficial de la Iglesia Tomás de Aquino («manso como un cordero», comenta sarcástico Nietzsche) da testimonio al respecto: «para que la beatitud agrade más a los santos (magis complaceat) y se muestren tanto más agradecidos a Dios, les está permitido gozar de una perfecta visión de los castigos de los impíos».

¡Si esto no es sadismo…!


viernes, 2 de abril de 2010

Pío XII: El Papa, los judíos y los nazis

En este documental de la BBC se nos habla del papel que tuvo el Papa Pío XII durante los años de la Segunda Guerra Mundial y de su silencio ante las atrocidades de los nazis. Como justificación de su actitud pasiva se suele recurrir a un libro de Guenter Lewy publicado en 1964 (The Catholic Church and Nazy Germany):
Puede ser verdad (los nazis iban a lo suyo), pero en otros asuntos como durante la Guerra Civil española o, posteriormente, sobre los países comunistas del Este de Europa, sí que se pronunció El Vaticano abiertamente al respecto, pero durante el Holocausto hubo pocas palabras, como reconocía también el mismo Lewy: «el silencio tiene un límite».

El judio eslovaco Rudolf Vrba dice en el documental respecto al cura Jozef Tiso, presidente del estado títere de Eslovaquia y fiel colaborador de Hitler:
«Con el régimen criminal de monseñor Tiso, en sus ropas sacerdotales, rodeado por todos sus obispos que predicaban el nazismo en la primera página de sus periódicos, alternando fotos de Hitler y Tiso con Pío XII, quedó claro que posición había tomado el Papa Pio XII. Porque si hubiese dicho que usar su nombre para propaganda clerical-fascista, conducía a la excomunión; se lo hubieran pensado dos veces.»
Pero también es muy probable que en el seno de la Iglesia católica aún permanecían bien arraigados los prejuicios antisemitas. Como bien reconocia, por el año 1939, el miembro del Gran Consejo Fascista de Italia Roberto Farinacci en un discurso en el Instituto de Cultura Fascista de Milán, un año después de la aprobación de las «leyes raciales»:
«Nosotros los católicos fascistas abordamos el problema judío desde un punto de vista estrictamente político. Pero nos reconforta el alma saber que si como católicos nos convirtiéramos en antisemitas, se lo deberíamos a las enseñanzas que la Iglesia ha promulgado durante los últimos veinte siglos.»







¿Y hablar de estos hechos es ofender? Unos hechos históricos y verídicos (al margen de la interpretación personal de cada cual), en dónde se nos muestra el pasado negro de una institución humana como la Iglesia católica y, como humana que es, no es perfecta. Como le pasó al compañero de la CNT que ha sido procesado por hablar de cosas como éstas. ¿Dónde está el derecho a la libertad de expresión en este país?